El colesterol es uno de los lípidos o grasas más importantes que se encuentran en nuestro cuerpo. Sirve, fundamentalmente, para la formación de las membranas de las células de nuestros órganos y como “materia prima” para diversas hormonas. Existen dos tipos de colesterol; el colesterol “bueno” (HDL) y el colesterol “malo” (LDL). A pesar de ser un factor controlable, tener alto el colesterol "malo" es uno de los factores de riesgo cardiovascular más importantes y extendidos. Si bien el dato varía según los países, se estima que el 38% de los habitantes del mundo tiene un exceso de colesterol en sangre. En el Estado, la prevalencia del costerol alto sobrepasa la cifra del 55% de habitantes.
Colesterol 'bueno' vs colesterol 'malo'
El mecanismo del colesterol es el siguiente: la sangre conduce el colesterol desde el intestino o el hígado hasta los órganos que lo necesitan, mientras que lo hace uniéndose a unas particulas llamadas lipoproteínas, de las cuales hay dos tipos:
De baja densidad (LDL): son los encargados de llevar el colesterol del hígado a todas nuestras células.
De alta densidad (HDL): hacen el camino contrario, puesto que recogen el colesterol no utilizado, devolviéndolo al hígado para su almacenamiento o para su expulsión a través de la bilis.
Así, reconocemos dos tipos de colesterol a raíz del comportamiento de estas lipoproteínas:
Colesterol malo: el colesterol al unirse a la partícula LDL se deposita en la pared de las arterias y forma las placas de ateroma.
Colesterol bueno: el colesterol al unirse a la partícula HDL transporta el exceso de colesterol de nuevo al hígado para que sea destruido.
¿Cuál es el riesgo que conlleva el colesterol 'malo'?
Los niveles elevados en la sangre producen hipercolesterolemia. Está demostrado que las personas con niveles de colesterol en sangre de 240 tienen el doble de riesgo de sufrir un infarto de miocardio que aquellas con cifras de 200.
Cuando las células son incapaces de absorber todo el colesterol que circula por la sangre, el sobrante se deposita en la pared de la arteria y contribuye a su progresivo estrechamiento originando la arteriosclerosis.
¿Cómo podemos combatir el colesterol?
Mantener unos hábitos saludables se antojan como la forma más sencilla y exitosa de tratar este factor de riesgo cardiovascular. No obstante, en casos concretos en los que estas técnicas no resultan eficaces, los médicos optan por el tratamiento vía fármacos. A pesar de ello, y tal y como hemos comentado, la práctica de ejercicio y una dieta saludable son las mejores vías para frenar el colesterol:
La dieta debe ser individualizada, variada y equilibrada, y que excluya las grasas saturadas. En ese aspecto, la dieta mediterránea reúne las mejores características para tratar el colesterol 'malo'.
Elimina comida prefabricada y cámbiando por ácidos grasos monoinsaturados y poliinsaturados. Ese tipo de grasas están presentes en el pescado y los aceites de oliva y de semillas.
El consumo de vegetales, legumbres, cereales, hortalizas y frutas no debe faltar para el tratamiento de este factor de riesgo cardiovascular.
Evita o reducir el consumo de lácteos completos y los muy grasos, carnes grasas y sus derivados (charcutería y vísceras...).
La práctica del deporte es fundamental. Un programa de ejercicio aeróbico (caminar, carrera suave, ciclismo, natación…), a intensidad moderada que se desarrola de manera regular aumenta el HDL (colesterol bueno) y reduce el LDL (colesterol malo) y los niveles de triglicéridos.
Se eviten las de fuentes calóricas concentradas, es decir, los alimentos que aportan calorías pero con un contenido en nutrientes insignificante (bebidas azucaradas, bebidas alcohólicas, chips, snacks, etc.)
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